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La isla roja de los baobabs, lémures y muchas cosas más (Madagascar)

SENSACIÓN: Perplejidad ante los contrastes en las diferentes formas de vida de una sociedad que parecen extraídos de documentales que tratan de la antigua África, con imágenes reales que se te quedan grabadas porque no encajan en nuestros esquemas de una normal evolución en el desarrollo conjunto de un país.

 

 

 

Un viaje que en principio tenía como objetivo ver animales y árboles que sólo es posible contemplar en Madagascar, y que se convirtió en una experiencia única. No se trató de una situación especial en un momento dado de la que uno se acuerda por impactante, sino que el impacto duró muchos días y por diversos motivos y diferentes escenas. Hay que decir que los primeros días nos pareció que como suele suceder, no se justificaba la fama de pureza adquirida, no veíamos baobabs y los lémures que avistábamos nos parecían una clase de monos algo diferentes, pero conforme transcurrían los días nos llegó a cautivar de tal forma, que sin dudad volveremos a recorrer las zonas que nos quedaron pendientes. Sirvan como ejemplo las siguientes anécdotas que sólo son una simple muestra de lo allí encuentras:

- Íbamos en motocicleta por Hell-Ville, capital de la isla de Nosy Be, cuando oímos un repiqueteo constante que nos llamó la atención y al salir de una curva, nos encontramos con un enorme cartel que anunciaba las ventajas de velocidad y posibles servicios telemáticos en la próxima instalación del cable óptico en la zona. Pues bien, debajo del cartel y a pleno sol, había decenas de familias compuestas por 3 generaciones todas ellas desarrollando el mismo trabajo: con unos pequeños martillos trataban de descomponer en gravilla, piedras de tamaño de un ladrillo. Personas mayores sentadas en el suelo junto a sus nieto golpeaban la piedra sin cesar hasta que conseguían romperlas en trozos más pequeños con los que llenaban los sacos que después venderían por un mísero precio. Tal fue la sensación de vergüenza que me entró, que por respeto a aquellas personas que no tenían más remedio que realizar ese denigrante trabajo para poder comer, me negué a fotografiarlos para que quedara constancia de este contraste. Una imagen difícil de olvidar.

- En ruta por el oeste de la isla, abundaban los pueblos con escenas propias de documentales de los que piensas que han sido rodados en lejanos parajes en los que viven tribus que no tienen contacto con la civilización y tras varios días de caminar por la sabana. En Madagascar sin embargo, dichas escenas estaban situados a pie de carreteras en algunos casos medio asfaltadas. Trabajar la mandioca hasta conseguir harina utilizando morteros manuales en base a golpearla con fuerza, son imágenes bastante comunes que las puedes ver sin bajarte del coche y que a pesar de haber estado en Sudáfrica, Zimbabwe y Botswana, sólo las había visto por televisión.

- Otra de las experiencias en este caso de contacto humano, fue el atravesar los ríos Tsiribina y Mananbolo, mezclados con numerosos indígenas en las balsas de motor que transportaban los coches, ya que no había puentes para pasar a la otra orilla. La gran amabilidad del pueblo malgache y el trato respetuoso que tuvimos en todos nuestros contactos, tanto con los propios chóferes que nos acompañaban como con el resto de la población fue exquisito y si tenemos en cuenta las situaciones y entornos vividos en los que coexistían perfectamente personas con la cara pintada como ornamentación, con ¡¡¡ vasa !!! como nos llaman a los blancos en un ambiente muy distendido, estos valores se magnifican.

Esto es lo que escribí en mi "Diario de viaje"

 

 

 
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